29 octubre, 2024

M.Sp.S.

La Congregación de los Misioneros del Espíritu Santo nació el 25 de diciembre de 1914 en la capilla de las Rosas del Tepeyac en la Ciudad de México. Sus fundadores fueron:

Concepción Cabrera de Armida “Conchita”
Mujer Laica, nacida en San Luis Potosí, casada con Francisco Armida y madre de nueve hijos. Conchita vivió una intensa y apasionada vida espiritual que la condujo a niveles de experiencia mística sorprendentes. Fue la inspiradora de la Espiritualidad de la Cruz y en sus abundantes escritos (66 volúmenes y miles de cartas, que suman en total más de 65,000 páginas escritas) quedó recogido todo el legado Espiritual y teológico de dicha Fe.

Sacerdote Felix de Jesús Rougier
Sacerdote marista, nacido en Auvernia (Francia). Llegó a México en 1902, en donde al poco tiempo tuvo un encuentro providencial con Conchita el 4 de febrero de 1903. Fuertemente impactado por la Espiritualidad de la Cruz y convencido de que Dios le pedía, a través de Conchita, que fuera el fundador de los Misioneros del Espíritu Santo. Desde 1914 y hasta el día de su muerte, dedicó cada instante de su intensa vida a la consolidación y desarrollo de los Misioneros del Espíritu Santo.

Como toda Congregación religiosa, tenemos nuestro Carisma, nuestra manera particular de entender a Jesús, de interpretarlo y seguirlo, que se traduce en Fe llamada: Espiritualidad de la Cruz; un estilo de vida concreto y una misión a la que dedicamos lo mejor de nuestros esfuerzos.


Nuestro carisma es sacerdotal, y nos gusta formularlo así:
“Ser memoria viviente de la manera de ser y actuar de Jesucristo sacerdote y víctima, contemplativo, solidario y que da la vida por los demás”

Con otras palabras, somos un grupo de hombres que, habiendo descubierto a Jesús de Nazaret como el Señor de nuestras vidas, nos hemos apasionado por su manera de ser Sacerdote: cercano y accesible a todos; enamorado de un Dios Padre-Madre que es bondad y misericordia; volcado en el servicio a todos, en especial a los que sufren; que arriesga y ofrece su vida por la causa del Reino y se entrega hasta la muerte porque “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13).